El régimen venezolano pruduce el éxodo más grande de toda América Latina, tan grande que hace recordar el pasaje bíblico del éxodo del pueblo judío cuando salió de Egipto y recorrió el desierto.

Porr culpa del desastre económico y la crisis humanitaria millones de venezolanos toman una mochila y emprenden la gran caminata hacia un destino mejor.

Movidos por el hambre, por la miseria y la desesperación, jóvenes y no tan jóvenes optan por iniciar una caminata hacia Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Paraguay y hasta Argentina; así miles y miles huyen de las consecuencias de eso que llaman el socialismo del siglo XXI.

Los caminantes de la miseria exponen sus vidas, su dignidad y dejan atrás su existencia y quereres (familia, padres, amores) por el sueño de una vida diferente y mejor a la que estaban llevando en el suelo nacional. Y todo, por culpa de un modelo que solo se centró en destruir lo que estaba en pie en Venezuela.

Con cada empresa expropiada, con cada negocio cerrado, con cada tierra invadida, con cada industria nacionalizada empezó el caos que se fue extendiendo, con cada reconversión se le quitaba ceros al bolívar y se vaciaban los bolsillos de los venezolanos, con cada billete impreso se perdía el poder adquisitivo y se profundizaba el desastre.

Fue así que millones empezaron a caminar hacia otras tierras, y en eso iniciaron los movimientos desestabilizadores en Argentina, en Chile, Perú y Ecuador –todos financiados, orquestados y auspiciados por la tiranía venezolana– e hizo su macabra aparición el covid-19 como el regalo chino para la humanidad.

Y entonces, muchísimos venezolanos víctimas –desde hace mucho– de la xenofobia peruana, chilena, ecuatoriana, colombiana y de otras latitudes, y perdiendo sus empleos y hogares como resultado de la pandemia, decidieron emprender nuevamente la caminata de regreso.

Han sido, sobre todo, los venezolanos emigrados a Colombia quienes tuvieron que retornar desde los distintos departamentos neogranadinos, poniendo –nuevamente– su integridad en juego, así como las de muchos más.

Y no retornaron porque en Venezuela se viva mejor, no. Retornaron porque no tenían más remedio, porque la realidad de la pandemia los obligaba.

Ahora, esta tragedia, de ida y de vuelta, es simplemente los resultados de una política económica atroz, inhumana, cruel y corrupta; debido a la aniquilación de Pdvsa, de la pulverización de nuestros aparato productivo, del despilfarro de la política de “luz de la calle, oscuridad de la casa” es que se empuja a muchísimos venezolanos a empacar de nuevo su vida y caminar rumbo a la frontera.

Los caminantes de la miseria no son cuestión del pasado, sino un presente vivo. Las condiciones de vida en Venezuela obligan a muchos a probar suerte nuevamente en otras partes y en países donde el emprendimiento, el esfuerzo y el trabajo honrado sean recompensados como debe ser.

Solo cuando la nación sea libre nuevamente, millones podrán regresar, abrazar a sus padres y hermanos, ver a sus amigos y ayudarnos a recomponer a este país luego de tantos años de un sistema que tomó un país próspero y lo hundió en lo que ellos llaman el “paraíso socialista”.

Sé que vendrán tiempos mejores, sin pandemia, sin hambre, sin miedo y sobre todo sin socialismo. ¡Confío en esto!