miércoles, 24 de marzo de 2021

“RöMEL ANTONIO o LA VOCACIÓN MILITAR DE UNA MADRE”.

 

 Por: Daniel Chalbaud Lange. Valencia Venezuela.

RÖMEL ANTONIO

O LA VOCACIÓN MILITAR DE UNA MADRE

– Buenos días, Sra. Eloísa, mi apreciada comadre

– Buenos días, Licenciado, mi querido compadre, lo traje con el pensamiento. Necesito hablar con usted, para que me aconseje sobre una decisión que debemos tomar en familia y, sobre todo, para que me apoye en mis argumentos.

– Diga usted, Sra. Eloísa.

– Compadre, se trata de mi hijo, Römel Antonio, a quien usted conoce tan bien como yo, por lo que con seguridad coparte conmigo, que ese muchacho nación con vocación para ser militar. Todavía recuerdo que a los tres años de edad, usted le regaló un tambor y se pasaba todo el día tocándolo, mientras marchaba por toda la casa. Su tío, Antonio José, le regaló un juego de soldaditos de plomo, y su papá, Römel Wilhem, a quien Dios tenga e su santa gloria, le regaló un estuche que traía una ametralladora, un cuchillo, unas granadas de goma y una cartuchera que perecían de verdad. Alicia, su madrina de bautismo, le compró en una tienda del centro un uniforme de soldado, de esos que llaman camuflajeados, pintorrateados de verde y marrón. Cuando se puso ese uniforme y agarró la ametralladora, Rosendo, el vecino, buscó una cámara de fotografía y Juliana, su madrina de confirmación, pidió prestado a un pariente, una cámara portátil de película. Gastaron como siete rollos y filmaron como tres hora. Todavía las conservo. Ahora se las enseño. Verdaderamente que Römel Antonio, desde niño dijo lo que quería ser: Militar. Esa ha sido siempre su vocación.

Fue creciendo y nunca faltó un año en el que yo lo llevara al “Paseo de Los Próceres” a ver el desfile militar el “5 de julio”. Llegábamos temprano, para agarrar buen puesto y salíamos como a las tres de la tarde, y él, más contento que el carrizo, cada vez se sentía y salía más militar.

El año pasado hablé con el Director del colegio donde estudia y logré que lo aceptaran en la Banda de Guerra. Le costó aprender a tocar el redoblante, pero ya lo toca bastante bien y quedó fijo en la Banda. Lo viera usted, tan elegante y apuesto que se ve con su uniforme de gala, que por cierto me costó carísimo. Tuene un porte militar que me imagino verlo como Cadete en la Academia Militar o en la Guardia Nacional. No le digo la Marina o la Aviación porque Römel Antonio se marea mucho y es muy vomitón. No ha perdido su vocación de ser militar. Le pido a Dios me dé, vida y salud, para verlo desfilando en Lo Próceres.

– Pienso y sueño con el día en que venga por primera vez a la casa con su uniforme de cadete, para hacer una reunión con toda mi familia e invitar a muchos de nuestros amigos; por supuesto, y perdóneme el abuso de expresión, usted será el primer chicharrón. Le voy a confesar algo, muy a lo confidencial, a la primera que voy a invitar es a la buscapleitos esa que mientan “la culebra, que vive en la cuadra de atrás y que tiene dos hijos, uno medio afeminado, y el otro que creo que usted lo ha oído nombrar, El “Guili”, un malandro, sin oficio, que vende drogas y es el azote el barrio, para que la bicha esa se de cuenta como se cría los hijos para que le sirvan a la patria.

Compadre, perdóneme tanta retajila, pero lo que yo deseo, con el alma, es que usted me ayude para que mi hijo, RÖMEL ANTONIO VON MÜLLER CALZADILLA –le recuerdo que su padre era alemán-, ingrese a la Academia Militar o a la EFOFAC. Ese sería el mejor regalo que usted su padrino de Confirmación, le puede dar. Yo sé que usted lo hará porque conoce muy bien lo que es ser militar y sabe de la vocación que siempre ha tenido Römel Antonio por “la carrera de las armas”, como dice la gente. Seguro que me va a ayudar, dígame que sí y aconséjeme qué debo hacer, ya Römel Antonio cumplió diez y nueve años, y el próximo mes de julio, si Dios y la Virgen Santísima lo quieren, se va a graduar de Bachiller en Derechos Humanos o en Humanidades, como que es la cosa.

– Comadre, déjeme pensar un rato, y mientras tanto, le agradezco, si no es mucha molestia, me brinda un guayoyito con canela, o sea, la especialidad de la casa.

Ponga mucha atención porque le voy a hablar largo y corrido, pero claro y raspado, sin pepitas en la lengua, como se dice por ahí.

Como usted sabe tengo varios años que no veo ni hablo con Römel Antonio, por lo que me siento obligado, antes de darle mi recomendación, hacerle algunas preguntas.

Dígame, comadre: ¿Römel Antonio asiste a la Santa Misa?

– Le voy a hacer sincera compadre, ese muchacho, desde que hizo la Primera Comunión, yo creo que ha ido a Misa unas cinco veces y eso porque su papá, por el carácter que tenía, lo obligaba; después, yo no he podido lograr que me acompañe las veces que puedo ir y hacerlo muy temprano.

– Otra pregunta: ¿Todavía se corta el pelo como los soldados?

– No, esa es otra lucha que tengo con eses muchacho. Ahora lo que le gusta es cargar el pelo largo y una bendita colita que no hay manera que se la quiera cortar.

– Comadre, le voy a hacer una serie de preguntas sobre la vida y actividades de Römel Antonio, después me las contesta: ¿Tiene novia y la vista todos los días, qué ropa usa, a qué hora estudia, a qué horas come, qué le gusta comer, a qué hora se acuesta, a qué hora se levanta, le pide la Bendición, arregla su cama, limpia sus zapatos, arregla su ropa en el escaparate, le pide permiso para salir y le dice hacia dónde va y con quién, fuma, se sabe la letra de nuestro Himno nacional, decide todo por sí mismo, duerme con pijamas, tiene baño propio, le gusta el deporte, se acuesta a dormir después de almorzar, tiene algún sobrenombre y se pone bravo cuando se lo dicen, está orgulloso de llamarse RÖMEL ANTONIO VON MÜLLER CALZADILLA, es racista, es feliz, se siente libre, usted siente que es un líder entre sus amigos, es usted mandona, lo tiene fustaneao, es ñongo para comer, es yoista, cómo va en los estudios, saca buenas notas, tiene horario para estudiar, conoce usted a sus amigos y a la familia de ellos, le tiene miedo a la oscuridad, sufre de claustrofobia, le tiene miedo a las alturas, es rencoroso, tiene los pies planos, es tímido, le da pena hablar en público, le ha visto usted zarcillos en las orejas?

– Compadre, me da pena decírselo, pero toda esa retajila de preguntas que usted me acaba de hacer, creo que lo único que a él lo hace feliz y esponjao como un avestruz es su nombre: RÖMEL y su apellido VON MÜLLER, a los cuales siempre le pone dos punticos sobre la “o” en Römel y sobre la “u” en Müller como lo hacía su papá. Además, no me hace caso y mire que yo lo aconsejo, al igual que su madrina, pero estoy segura que esas pequeñas malas mañas y costumbres se la quitaran rápidamente los militares.

– Comadre, vamos a hacer muy optimistas y pensemos que Römel Antonio pasó todas las pruebas intelectuales, psicotécnicas, médicas y físicas que se exigen para seleccionar, de ochocientos o novecientos aspirantes que se inscriben, a los trescientos que por rigurosa selección, el próximo mes de agosto ingresarán a la ESCUELA BÁSICA DE LAS FUERZAS ARMADAS NACIONALES, en la ciudad de Maracay.

Piense y dese cuenta que usted está viviendo en Ciudad Bolívar, pasando tiempo y trabajo para poder ir a Maracay y ver a su hijo una vez que entre a la Escuela, y con otra dificultad, usted vive en un barrio donde no hay teléfono y tiene que ir al centro para llamarlo. Le adelanto, para que no se aflija, es más fácil hablar con el Papa, que lograr una comunicación con su hijo en la escuela: que si está en el aula, que si está almorzando, que está en prácticas de orden abierto y orden cerrado, que está recibiendo adiestramiento físico, que está arrestado, que está en la enfermería porque se rompió una pierna saltando desde un plano inclinado, que le está dando treinta vueltas al patio con un morral en el hombre por haber llegado tarde a formación, y así, decenas de cosas propias de la vida militar, que le impedirán saber a menudo acerca de su hijo.

Pero pensemos, y se lo digo por experiencia, una vez que su hijo ingrese a la Escuela Básica, por lo menos, durante el primer año, dejará de llamarse RÓMEl ANTONIO VON MÜLLER CALZADILLA; desde el primer día y durante un año a él se le llamará, ”nuevo”, “lacio”, “caimán”, “recluta” y otra serie de apelativos, que por años y por tradición, se acostumbra en las escuelas militares. Pero no se preocupe, mal de muchos, consuelo de tontos. Hay trescientos que llamarán igual.

También desde el primer día tendrá que vestirse, color verde campaña, al igual que los demás. Al igual que los demás a las cinco de la mañana, al oír la diana (toque de corneta) tendrá que levantarse, así esté en el más profundo de los sueños o tenga dolor de cabeza, arreglar el minutos su cama, vestirse con el uniforme de ejercicios, llegar puntualmente a la formación (pelotón, escuadra, y compañía) que se le haya asignado, cumplir hasta el cansancio con los ejercicios estipulados, regresar corriendo para darse una ducha conjuntamente con todos sus compañeros –ponga cuidado que ya estoy haciendo uso de la palabra compañero: se acompañarán en las vicisitudes y dificultades-, ir al dormitorio y ponerse el verde uniforme militar que con el tiempo, a los que queden por aguante, llega a formar parte de su propia piel… ojo Comadre, el desayuno es igual para todos y obligatoriamente Römel Antonio debe comérselo. Nuevamente a formación para luego ir a tomar el desayuno; el nuevo”, el “lacio”, el caimán” o el “recluta”, no podrá exigir otro plato o decir que el no come avena en las mañanas porque le dan gases. El tiempo para comer es medido. Y ¡ay!. Si llega a botar la avena en la mesa o ensuciarse con el café. Ahí no va a estar usted para decirle que no se preocupe que usted lo recoge y limpia lo que ensució. Por ahí estará un cadete, de mayor jerarquía, que con seguridad alguna sanción disciplinaria le aplicará.

Por un momento imagínese que usted, con mucho esfuerzo y amor de madre, se viene el viernes por la noche, desde Ciudad Bolívar, en autobús, para Maracay, con la ilusión de ver a sus hijo, y cuando entra en el patio ve a trescientos muchachos, vestidos de verde de verde camuflajeado, con el “coco raspado”, y con la esperanza de poder distinguir a Rómel Antonio, comienza a preguntar por él y después de una desesperante hora de espera, un Brigadier o un Alférez, le comunica que no puede ver a su hijo pues está cumpliendo un arresto de cuarenta y ocho horas por una falta a los reglamento internos.

Usted, compungida, llorando, pero resignada por su convicción de que Rómel Antonio nació para ser militar, regresa, cansada y con un nudo en la garganta que, como bufanda, la acompaña de regreso durante el largo viaje de retorno a Ciudad Bolívar.

Verdaderamente Comadre, pregúntese y contéstese, usted está convencida de que Römel Antonio tiene vocación para ser militar o es simplemente una fuerte ilusión que usted ha tenido influenciada quizás por la majestuosidad de un desfile militar, por un elegante uniforme, o por las condecoraciones que por méritos y con orgullo llevan en su pecho los militares?

El ser humano nació para ser libre dentro del marco que las normas de convivencia humana imponen. No le estoy diciendo que el hombre es libre cien por ciento y por lo tanto puede hacer, en tiempo y lugar, lo que decida. La sociedad obligatoriamente debe imponer restricciones comunes al ser humano para que, siendo como somos, diferentes, trate de lograr un grado de armonía entre los hombres que les permita vivir en libertad de conciencia y de acción, respetando la acción y la conciencia de los demás.

Esa libertad de acción y de conciencia, muy discutida y defendida por los que en la sociedad constituimos el “mundo civil”, está muy limitada, en algunos aspectos, en ese otro mundo que denominamos como “mundo militar”.

Los ejemplos son la mejor explicación y comprensión sobre lo que le quiero decir: Su hijo, Rómel Antonio, su “lacio”, su “nuevo”, su “caimán” por esfuerzo y aguante a las vicisitudes y amarguras en su nueva vida militar, formando parte de la nueva sangre de la institución, comenzará, por su constancia, a escalar posiciones, jerarquías, recibir reconocimientos placas y condecoraciones, acreencias todas que, por reglamentos lo llevarán a cambiar los apelativos que le repetí anteriormente por el de Brigadier, Alférez, Subteniente, Teniente, Capitán, Mayor, Teniente Coronel, Coronel, General de Brigada o General de División.

Ocupará también, en forma ascendente, los cargos de Comandante de Escuadra, Pelotón, Compañía, Batallón, Brigada o de una División. Su voluntad y méritos competitivos pueden también llevarlo a Comandante General de su Fuerza, máxima aspiración de aquel joven que hace 26 o 27 años, ingresó a la institución, con una supuesta vocación militar.

Comadre, ese Mayor, Coronel o General, con edades superiores a los cuarenta años y con más de veinte años de servicio en la Fuerza Armada, no puede cambiar su residencia de una ciudad a otra sin el permiso de su superior jerárquico; no puede decidir la fecha para salir de vacaciones al exterior con su familia, si no tiene permiso de la superioridad; en los actos oficiales debe usar el uniforme militar que al efecto le exige el reglamento; ese oficial debe mantenerse callado y guardar compostura cuando un borracho indeseable le choca el carro y lo insulta en la vía pública; ese oficial, su hijo, no tiene derecho a demostrar miedo, cuando en la lucha armada contra enemigos de la patria, debe dar ejemplo de valor y sacrificio, aún a costa de su propia vida. Está limitado hasta en su propia voluntad de dejar de ser militar sin la autorización respectiva. Ser militar es ser visto y calificado como corresponsable de todas las arbitrariedades y abusos que algunos malos e indignos militares hayan cometido.

Comadre, no quiero abusar de su tiempo ni quiero con estas reflexiones defraudarla a usted y Rómel Antonio. Sólo

Quiero reiterarle, mi apreciada Comadre, que la vocación militar no existe, pues como ya he tratado de explicárselo y trate de entenderme, no puede haber vocación por algo que limite el goce de la máxima libertad terrenal que el hombre aspira.

Vocación para mí, tiene los sacerdotes, los verdaderos y santos sacerdotes, quienes oyendo el llamado de la voz de Dios, se alejan de todo lo material para consagrarse a una misión netamente espiritual y cuya recompensa, más pronto o más lejana, está en otro mundo.

Para terminar, quiero ser muy sincero con usted y conmigo mismo, no he podido encontrar en nuestro idioma castellano una palabra que resuma la inclinación de un ser humano, que viviendo en este mundo y quiere disfrutar sus bondades, por un no sé qué, aspira, acepta y se adapta a las limitaciones de la vida militar. Ser militar es mucho más que una simple vocación. ¿Existe en los pensa de estudios de primaria o de bachillerato materias que oriente al estudiante a elegir, entre tantas otras hacia la carrera militar?

Háblele y deje que Rómel Antonio tome su propia decisión. No lo obligue, no lo presione. Dios quiera y sea seleccionado entre los trescientos que ingresarán a la Escuela Básica; Dios quiera que lo vea desfilando en “Los Próceres”; Dios quiera que sea un ejemplo para los hijos de sus vecinos; Dios quiera que le dé a usted vida para verlo coronar la cima de su institución y, finalmente, Dios le dé comprensión, si su hijo, Rómel Antonio, falleciera defendiendo la integridad de su Patria, para aceptar que “cuando el clarín de la Patria llama, hasta el llanto de la Madre calla”.

Venezuela, 2000

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