Cómo se llenaba la boca el comandante muerto con eso de los pueblos originarios. Incluso llegó a decir alguna vez que tenía sangre indígena, qué osadía. Les cambió el nombre, dejaron de ser lo que orgullosamente son y con eso comenzaron a atacar su dignidad ancestral.

Nunca fueron tan maltratados. Durante todos estos años rojitos han sido sacados de sus tierras, han tenido que dejar sus comunidades para buscarse el sustento, se han convertido en mendigos en las grandes ciudades. Con todo eso, sus costumbres, esas que forman parte del ADN del venezolano, se han ido perdiendo porque para sobrevivir han tenido que dejarlas.

Ahora, aparte de morir de hambre, les faltan medicinas y ayuda. Cuando los golpea la naturaleza, como el caso de los yukpas que se vinieron a Caracas a protestar, no encuentran ni siquiera un funcionario que les escuche y les comprenda. Los rojitos, como siempre, se hacen los sordos ante el sufrimiento de la gente sencilla.

Pero para los ciudadanos deben ser un ejemplo. No tienen nada que perder, pues ya lo han perdido todo, como la mayoría de los venezolanos. Entonces, armados con arcos y flechas, se vinieron a reclamar sus derechos. Se cansaron de que los ignoraran y decidieron gritar su desesperanza en el sitio donde se encuentran los responsables de su tragedia.

¡Qué valientes son nuestros yukpas! No les importó la posibilidad de ser víctimas de la mayor de las represiones. Estaban dispuestos a defenderse con lo único que tienen para hacerse escuchar. Recibieron golpes, empujones y maltratos pero lograron su objetivo, llamar la atención sobre las pobres condiciones de vida que padecen en la frontera occidental venezolana.