viernes, 18 de diciembre de 2020

 El Editorial

Las Parlamentarias, la Consulta Popular y los valores éticos y morales

Las sociedades pueden beneficiarse de que en ellas predomine el imperio de la ética y la moral o padecer el drama de que prevalezca en ellas el morbo de los antivalores.

Los valores éticos y morales son los que condicionan las actitudes positivas que promueven lo mejor de una sociedad. En contraposición, las antivalores atentan contra la sociedad y dificultan la convivencia, la armonía y el respeto mutuo para la vida social.

Venezuela atraviesa una etapa terrible de su historia donde el grupo que la controla, desde hace dos décadas, se ha transformado en el campeón de los antivalores, encarnado por los cuatro jinetes del apocalipsis que han arrasado con la sociedad: la corrupción, la demagogia, la ineficiencia y la mentira.

Tales antivalores han empobrecido brutalmente a la inmensa mayoría de los venezolanos a la vez que han enriquecido inexplicablemente a una suerte de perversa nueva oligarquía que, carente de valores éticos y morales, ha medrado a expensas del resto de la sociedad. Se trata de un grupo minoritario que controla el poder político y el económico. Que bajo el disfraz de una ideología, que a todas luces no fue más que una excusa, engaña al pueblo, a la vez que rinde culto al único dios que honra: el dinero, no importa cual sea su origen.

Esa suerte de oligarquía -por llamarla de alguna manera- que se ha hundido en unos niveles de depravación inconcebibles, está dispuesta a hacer lo que sea con tal de aferrarse al poder del cual derivan sus envilecidas riquezas.

Un ejemplo típico del enfrentamiento entre los antivalores y los valores lo podemos observar en dos eventos que acaban de ocurrir en nuestros país: las Parlamentarias y la Consulta Popular.

En las primeras un CNE ilegítimo designado de espaldas a la Constitución por un TSJ de dudosa legitimidad de origen, dirigió un proceso cuyos resultados habían sido cantados de antemano y cuyo objetivo era el control por parte del oficialismo de una Asamblea Nacional que el pueblo les había arrebatado en buena lid en las elecciones de diciembre del 2015.

Dicho como hecho. En unos comicios desiertos en los cuales los principales analistas concluyeron que no había participado ni siquiera el 10% de los votantes inscritos en el REP, el CNE anunció una participación del orden de un 30% y un triunfo deslumbrante para el PSUV, arrojándole migajas a los otros que se prestaron al juego. Esos comicios fueron desconocidos por la comunidad democrática internacional.

Ahora le toca el turno a los anuncios del resultado de la Consulta Popular. Los partidarios del imperio de los valores y de la ética, esperan de sus organizadores que digan la verdad, sea cual sea, con el más estricto apego a la voluntad expresada por los ciudadanos.

Sabemos que el evento organizado por hombres de la talla de Enrique Colmenares Finol, Blanca Rosa Mármol, Horacio Medina y los miembros del Consejo Ciudadano que sirvieron de garantes de la convocatoria, encabezados por Monseñor Ovidio Pérez Morales y otros nombres de impecable trayectoria, no le mentirán al pueblo.

Sabemos que la oposición es mayoría y que en esa Consulta triplicaron al menos los votos reales obtenidos en las Parlamentarias por los cultores de los antivalores.

Sin embargo, conscientes de que cuando Venezuela recupere el camino de la democracia la labor más compleja que nos aguarda es la recuperación de los valores, esperamos de los organizadores de la Consulta que nos digan la verdad, en contraste con lo que hizo el CNE, sin exageraciones y con estricto apego a la realidad. Nada podrá contribuir más al restablecimiento de la confianza ciudadana.

José Toro Hardyeditor adjunto de Analítica

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