El abanico de enfermedades mentales es muy amplio, pero nadie suele hablar de ello. Sin embargo, son padecimientos que afectan a la población, sobre todo si se trata de una que está sometida a una inmensa incertidumbre y a la crisis humanitaria más grave del continente americano.

Si enfermos crónicos como los hipertensos o los pacientes renales están abandonados a su merced, ¿qué pueden esperar los que tienen diagnósticos como esquizofrenia, depresión, Alzheimer o demencia? El Nacional en un reciente trabajo publicó el estado de abandono en el que están las instalaciones que la democracia construyó para atender a estas personas y en ese trabajo se hace palpable que no tienen adónde ir para recuperar su salud.

Los hospitales psiquiátricos están en el absoluto abandono, no solo en lo que se refiere a infraestructura, sino que escasea el personal necesario, pues es imposible dedicarse a un trabajo tan delicado con un sueldo de menos de 3 dólares mensuales. Así también faltan los medicamentos para los tratamientos, con lo que es poca o nula la respuesta que le pueden dar a los pacientes y eso genera una gran frustración.

Los enfermos que están recluidos no tienen a quién acudir, cuando se va la electricidad permanecen a oscuras tumbados en sus camas, no reciben la alimentación adecuada y son pocos los médicos que se ocupan de sus padecimientos.

Pero este panorama no mejora si se trata de un paciente que no requiere hospitalización. O peor aún, una persona que sufre, por ejemplo, de depresión pero que no tiene dinero para comprar la medicación que necesita y mucho menos para pagar una consulta.

Los fármacos indicados para las enfermedades mentales desaparecen de los inventarios de las farmacias y cuando vuelven a aparecer los precios son astronómicos. En consecuencia, muchos dejan de tomárselos porque piensan que su padecimiento no los incapacita para trabajar o hacer una vida normal.

Están en un grave error y el segundo del régimen, ahora presidente de la asamblea rojita, puede dar fe de ello porque es psiquiatra. Pero ni por esto se compadece de los enfermos mentales que a veces tienen que pagar más de 20 dólares por una sola caja de pastillas.

Lo peor es que, como se dijo al principio, las condiciones del país disparan la depresión, la ansiedad, los ataques de pánico, entre muchos otros padecimientos que deben ser tratados con sumo cuidado. Son enfermedades como las otras, pero que de manera silenciosa van minando la capacidad de la persona de responder ante la adversidad que significa vivir en Venezuela.

Esperar empatía de la cúpula rojita con los enfermos mentales y sus familias es demasiado pedir, así que lo que queda es poner al frente del país a gente que sí le importe la salud del pueblo.