Esa expresión tan castiza que pretende explicar cómo se cambia de postura, es algo que vemos ya aparecer en los comentarios u opiniones más serios en las redes sociales.

Podemos constatar que la praxis de descargar el desasosiego y las frustraciones sobre la cabeza de Guaidó no sirven de nada para darle de una buena vez la vuelta a una tortilla que se está quemando en la sartén.

Guaidó y su interinato son lo único que queda de una legitimidad constitucional que la dictadura ha sistemáticamente erosionado, violando y desconocido desde su apropiación indebida del poder. La lucha del régimen por apoderarse de ese reducto legítimo, reconocido mundialmente por más de 60 países, es el eslabón que le falta por armar la dictadura perfecta, erigiendo la muralla que nos aleje para siempre de cualquier resquicio de democracia.

Algunos ilusos siguen creyendo que entregándole el blasón de una Asamblea Nacional a la medida se abriría una rendija para que algún día, en un futuro indeterminado, retornemos a una democracia real y funcional. Pareciera que viven en la comedia de Shakespeare Sueños de una noche de verano, porque sin darse cuenta -o a lo mejor sí, porque eso es lo que les conviene-, nos están llevando sin remedio a una tragedia que ni Sofocles ni Esquilo hubieran podido dramatizar mejor.

Voltear la tortilla no es otra cosa que unir propósitos, enmendar errores y luchar juntos para, como hemos venido diciendo, poner todo empeño, voluntad, coraje y solidaridad para terminar de derribar el mito de que no hay manera que caiga el muro de la dictadura. ¿Acaso los venezolanos somos menos que los polacos, alemanes, chilenos, brasileños, uruguayos, argentinos y tantos otros países que por sí mismos supieron sacudirse el yugo de feroces dictaduras?