El populismo no es problemático porque los políticos intenten engañarnos con él, sino porque la población prefiere una mentira bonita antes que la realidad, generalmente frustrante

DESTACADOCOLUMNISTASOPINIÓNPor Asier Morales Rasquín Actualizado Sep 25, 2020Share

Maduro reiteró la condición de Estados Unidos como «enemigo número uno» de Venezuela (Archivo)

El mes de Julio el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, aportó una provechosa idea, respondiendo a un periodista, que le consultaba por los elementos que hacen de Venezuela una dictadura:

“… te diría que la pregunta debería ser al revés, ¿Venezuela tiene algún elemento para asegurar que es una democracia? Porque nos complicaría muchísimo decir uno”.

Para desarrollar este tema no hace falta redundar en las agotadoras características dictatoriales de la estructura criminal de Maduro. El planteamiento solo cuestiona si es posible señalar algún aspecto del chavismo que coincida con aquello que se identifica como democracia, lo que nos sugiere una forma de valorar los sistemas políticos en la que la carga de la prueba está —o debería estar— sobre los hombros de los gobernantes.Anuncios

Son ellos quienes habrían de esforzarse por ofrecer datos objetivos y evidencia de que no actúan de manera despótica, dictatorial o totalitaria.

Ciudadanos o espectadores pasivos

Por nuestra parte, los ciudadanos haríamos bien en no asumir que las instituciones se cuidan a sí mismas, por el mero hecho de que sigan ahí.

Que algunos políticos usen palabras asociadas a tolerancia, hablen acerca de la preeminencia del pueblo o parezca que promueven obras sociales, no nos dice nada de sus intenciones verdaderas.Anuncios

La peligrosa cara no vista de la política tendría que ser constantemente cuestionada por el ciudadano. En este sentido, que lo predominante en las voces de la calle fueran las exigencias de cuentas claras y de límites en las funciones de los burócratas, sería un excelente síntoma. No parecemos estar demasiado cerca de esa imagen.

La metástasis populista

El populismo no es problemático porque los políticos intenten engañarnos con él, sino porque la población prefiere una mentira bonita antes que la realidad, generalmente frustrante.

El trabajo de alimentar una agenda que no pisotee a quienes piensan diferente y ser capaces de dar cuenta de la misma con hechos comprobables, no deja demasiado tiempo ni recursos para construir estadios de fútbol o para repartir comida.

Uno de los graves problemas de América Latina es que la opinión pública está mucho más interesada en la inauguración de una obra faraónica, que en la discreta conservación de la vocación democrática.

Un funcionario que favorece que la prosperidad surja del esfuerzo espontáneo de la gente, representa una narración mucho menos interesante que la del campeón que “vence enemigos”, protege al país de supuestas agresiones externas y entrega sustento a los pobres.

Desde luego, sobra decir que en demasiadas ocasiones estas aclamadas buenas obras se quedan en promesas vacías. Por desgracia, el dilema que abordamos no se vincula a los hechos, sino que privilegia un relato y, por lo tanto, a los protagonistas del mismo, es decir, a los personajes que se benefician de su narración.

América Latina y la falta de sentido

El conflicto de fondo es existencial y colectivo al mismo tiempo, una combinación nada simple de apreciar, ni mucho menos de atender. Demasiados de los individuos que conforman la sociedad latinoamericana viven una suerte de ausencia de sentido vital que necesitan “sobar” con una fábula acorde a su necesidad.

El contenido de la misma suele dibujar a un personaje injustamente oprimido por otro y un héroe político emanado, si es posible, del propio seno del sector oprimido, que ha venido a poner en su sitio a los abusadores y a restituir la justicia perdida.

Sin embargo, más allá de la línea narrativa específica, que podría ser cualquiera, el equívoco existencial se basa en una persistente sensación de impotencia. Una triste certeza de incapacidad nos acompaña silenciosamente. “Solos no podemos”, suele decirse con inusitada ligereza. Por eso el socialismo acecha.

El deseo inconsciente de fracaso

El colectivismo construye un cuento que justifica el fallo, al contentarse con señalar un culpable externo, poderoso y malvado, contra el cual es necesario emprender la mencionada cruzada.

Al mismo tiempo, uno de los aspectos más enfermizos de esta propuesta es que nunca es del todo posible derrotar a tal contrincante, pues, si lo fuese, habría que hacer algo para salir de la parálisis. Esto podría llevar a una resolución, lo que implicaría abandonar el relato original de inferioridad sistemática, por caduco.

No es difícil entender ahora que el fracaso sea la garantía del socialista y, al mismo tiempo, que hagan tanto empeño publicitario en repetir fonemas vacíos acerca de una victoria que nunca aparece.

La función de la conciencia

En definitiva, los políticos de América Latina dejarán de lado estrategias populistas, apegándose a esquemas más democráticos, en la medida en la que les exijamos ese comportamiento en lugar de la simple solución de problemas.

Por nuestra parte, podremos satisfacer nuestras propias necesidades en cuanto conservemos la conciencia de que depende de nosotros lograrlo, no de ningún funcionario-super-heroe; una actitud que será más viable mientras seamos capaces de comprender, dilucidar, resolver y trascender el insidioso complejo de inferioridad colectiva que tan desesperadamente nos empeñamos en negar.about:blankAnuncios

Asier Morales Rasquín 31 Posts 0 Comments

Asier Morales Rasquin es psicólogo clínico, psicoterapeuta, egresado de la doble diplomatura en Economía de la Escuela Austríaca de la Universidad Monteávila de Caracas e investigador del Centro Juan de Mariana de Venezuela.